“De este dogma de la Divina Maternidad, como fuente de un oculto manantial, proceden la gracia singularísima de María y su dignidad suprema después de Dios. Más aún, como admirablemente escribe Santo Tomás de Aquino, la Bienaventurada Virgen María, en cuanto es Madre de Dios, posee cierta dignidad infinita, por ser Dios un bien infinito. Lo cual explica y desarrolla más extensamente Cornelio a Lápide con estas palabras: La Santísima Virgen es Madre de Dios, luego posee una excelencia superior a la de todos los ángeles, más aún de los serafines y querubines.
Es Madre de Dios, luego es purísima y santísima, y tanto que después de Dios, no puede imaginarse mayor pureza y santidad. Es Madre de Dios: luego cualquier privilegio concedido a cualquier santo en el orden de la gracia santificante lo posee Ella mejor que nadie. ¿Por qué pues, los novadores y no pocos católicos censuran tan acérrimamente nuestra devoción a la Virgen Madre de Dios, como si le tributásemos un culto que sólo a Dios es debido? ¿No saben éstos y no consideran que nada puede ser más grato a Jesucristo, cuyo amor a su Madre es sin duda tan encendido y tan grande, que el que la veneremos conforme a sus méritos y ejemplo y procuremos conciliarnos a su poderoso auxilio?”. Pío XI, Encíclica “Lux veritatis”, 25 de diciembre de 1931.
“La Maternidad Divina, no parece posible un oficio más alto que éste” (Pío XII)
“Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios Salvador mío” (Lc. 1,46). Con esta antífona empezó Nuestra Santísima Madre un himno eterno de alabanza a la majestad de Dios por el maravilloso misterio de la Divina Maternidad que Dios había obrado en Ella. Cada generación sucesiva ha añadido su voz al coro, cumpliendo la profecía de María de glorificar la divina bondad, “cuya misericordia se derrama de generación en generación” (Lc. 1,50). Al hacer a María su Madre, Dios ha derramado en Ella todos los tesoros que su omnipotencia amorosa podía conferir a una persona que no fuera Dios mismo.
Porque María es la Madre de Dios, está colocada detrás de su divino Hijo en la cima de la creación, por encima de los Ángeles y Santos, encerrando en sí una plenitud real de gracia divina, de pureza y santidad. Como escribió Pío XII en su “Fulgens Corona”: “un oficio más alto que éste (la Maternidad Divina) no parece posible, puesto que requiere la más alta dignidad y santidad después de Cristo, exige la mayor perfección de la gracia divina y un alma libre de todo pecado. En verdad que todoslos privilegios y gracias con que su alma y su vida fueron enriquecidas de tan extraordinaria manera y en tan extraordinaria medida parecen fluir de su sublime vocación de Madre de Dios como de una fuente pura y oculta”.
La Maternidad Divina no es ya sólo el mayor privilegio de María, sino que es la clave para entender todos sus demás privilegios. No sólo ocupa esta verdad el primer lugar en la mariología, sino que está tan íntimamente conectada con toda la economía de la Salvación de Cristo, que durante mil quinientos años ha sido la piedra de toque de la ortodoxia cristiana. Porque si María no es verdadera Madre de Dios, entonces su Hijo, Cristo, Nuestro Redentor, no es verdadero Dios y verdadero hombre; además la obra salvífica de la redención de la humanidad no sería más que una imaginación sin consistencia de una restauración que nunca hubiera tenido lugar” (La Divina Maternidad de María –Gerald va Ackeren SJ).
Coincidentemente con el último párrafo citado, el P. Narciso García Garcés CMF nos dice que el título de Madre de Dios ha sido llamado libro de la fe porque los misterios fundamentales, Trinidad, Encarnación del Verbo, Redención del hombre, han de presuponerse cuando profesamos y entendemos el alcance de este nombre: Deipara, Madre de Dios. Y todos los herejes que erraron sobre la naturaleza, las operaciones y culto a Nuestro Salvador, se vieron constreñidos antes a despojar las sienes de María de la diadema augusta de la divina maternidad. (N. García, “Títulos y grandezas de María”).
María, verdadera Madre de Dios
El dogma de la Divina Maternidad comprende dos verdades:
1 - María es verdadera madre, es decir, ha contribuido a la formación de la naturaleza humana de Cristo con todo lo que aportan las otras madres a la formación del fruto de sus entrañas.
2 - María es verdadera Madre de Dios, es decir, concibió y dio a luz a la segunda persona de la Santísima Trinidad, aunque no en cuanto a su naturaleza divina, sino en cuanto a la naturaleza humana que había asumido.
En las Escrituras
La Sagrada Escritura por un lado da testimonio de la verdadera divinidad de Cristo, y por otro testifica también que María es verdaderamente su Madre.
Juan la llama “Madre de Jesús” (2,1); Mateo “Madre de Él” –de Jesús- (1,18; 2,11,13 y 20 12,46; 13,55); Lucas “Madre del Señor” (1,43). El Arcángel San Gabriel anuncia a María: “Sabe que has de concebir en tu seno, y darás a luz un hijo, a quien le pondrás por nombre Jesús” (Lc. 1,31). San Lucas dice también en la Anunciación: “Por cuya causa lo santo que de Ti nacerá, será llamado Hijo de Dios” (1,32). San Pablo en la carta a los Gálatas (4,4): “envió Dios a su hijo formado de una mujer”. La mujer que engendró al Hijo de Dios, es la Madre de Dios.
En el Magisterio, antes de Éfeso
La Iglesia enseñó desde el principio la verdadera Maternidad Divina por medio de los credos primitivos. En ellos se confesaba a María como verdadera Madre de Dios:
“Creo en Dios Padre Todopoderoso, y en Cristo Jesús su Único Hijo, Nuestro Señor, que nació por obra del Espíritu Santo, de la Virgen María...”
Palabras del Credo Romano, que se repiten en los otros hasta llegar a nuestro Credo o Símbolo de los Apóstoles. El primer Concilio de Constantinopla (a.381) deja ya firme la doctrina de que el Hijo de Dios.
“se hizo carne en la Virgen María por obra del Espíritu Santo”.
María, Madre de la unidad de los cristianos
Pío XI, quiere, sobre todo, que se ruegue a la Madre de Dios y nuestra por el importantísimo bien de la unión: “Pero sobre todo esto, deseamos que todos imploren de la Reina del Cielo un beneficio especialísimo, y, ciertamente, de la mayor importancia. Y es que, pues tanto y con tanta encendida piedad aman y veneran los disidentes orientales a la Santa Virgen, no permita esta Señora... que sigan apartados de la unidad...” Llamado que culmina con las palabras de San Cirilo en Éfeso exhortando “...a conservar la paz en la Iglesia y a mantener indisoluble el vínculo de amor y concordia” ... “Y ojalá luzca cuanto antes aquel día felicísimo en que la Virgen Madre de Dios... vea volver a todos los hijos separados... para venerarla juntamente con una sola alma y una sola Fe, lo cual será ciertamente para Nos el más grato suceso que podamos imaginar.”
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